Camille Flammarion, en su libro “La mort et son mystère”, nos relata una historia verdaderamente extraña, muy en la línea de los hechos que aquí se reúnen.
El suceso ocurrió en 1845 en Livonia, a cincuenta y ocho kilómetros de Riga.
En el lugar, existía un colegio de señoritas nobles, conocida por el nombre de “Pensionado de Neuwelcke”, cuyo director, el señor Buch, albergaba en su escuela 42 alumnas, entre las que podría destacarse a la segunda hija del barón de Güldenstubbé, que en esas fechas contaba con trece años de edad.
La persona que nos interesa era una profesora, de nombre Emilie Sagée, de treinta y dos años de edad, nacida en Dijón. Flammarion la describe como bella, inteligente, alegre y de buena educación, cuyo comportamiento en el trabajo satisfacía a los directores del colegio. Pero dejemos que el propio Flammrion nos cuente lo interesante:
“Pocas semanas después de su instalación en el colegio empezaron a correr sobre ella, entre sus discípulas, rumores un tanto extraños. Cuando una decía haberla visto en tal parte del colegio, otra aseguraba haberla encontrado en otra parte, en igual momento, y la conclusión siempre era la misma: “¡Pero si eso no es posible! Si acabo de encontrarme con ella en la escalera, etc., etc.
Creyóse primero en errores, pero como el hecho no cesaba de repetirse, las jóvenes lo comentaban cada vez más. Los profesores contestaban que todo aquello no tenía sentido común, y que no había que concederle la menor importancia.
Pero las cosas no tardaron en complicarse. Emilie Sagée daba un día lección a trece de aquellas jóvenes, entre las que se encontraba la señorita de Güldenstubbé. Para mejor hacerles una demostración, escribió en la pizarra el pasaje que debían explicar, y las discípulas vieron de pronto, presa de terror, dos señoritas Sagée, una junto a la otra: “Eran exactamente iguales y hacían los mismos gestos”. La sola diferencia consistía en que la verdadera señorita Sagée tenía un pedazo de tiza en la mano y escribía en realidad, mientras que su “doble” no lo tenía y se limitaba a imitar los movimientos que hacía la otra para escribir.
La sensación en todo el colegio fue enorme. Tanto más, cuanto “que todas las jóvenes, sin excepción, habían visto la segunda forma “y estaban perfectamente de acuerdo en la descripción que hacían del fenómeno”.
Pero el incidente más notable fue ciertamente el siguiente.
“Un día se encontraban todas las pensionistas, en número de 42, reunidas en una estancia y ocupadas en labores de bordado. Era una gran sala situada en la planta baja, con cuatro grandes ventanales. Las colegialas estaban todas sentadas alrededor de la mesa y podían ver cuanto sucedía en el jardín. Mientras trabajaba veían a la señorita Sagée ocupada en coger flores, no lejos de la casa. Al extremo de la mesa se sentaba una profesora, encargada de guardar el orden, ocupando un sillón de marroquín verde. En un momento determinado, esta profesora se ausentó, y el sillón quedó vacío, pero por poco tiempo, porque las jóvenes vieron de pronto, sentada en él, a la señorita Sagée. Inmediatamente dirigieron las miradas hacia el jardín, y la vieron que seguía cogiendo flores, con la sola diferencia de que sus movimientos eran más lentos y pesados, parecidos a los de una “persona abatida por el sueño” o “agotada por la fatiga”.
Dirigieron de nuevo sus ojos hacia el sillón, donde el “doble” continuaba sentado, silencioso e inmóvil. Como se encontraban habituados a estas extrañas manifestaciones, dos discípulas de las más atrevidas se aproximaron al sillón, y al tocar la aparición “creyeron encontrar una resistencia parecida a la que ofrecía un ligero tejido de muselina o crespón.
Una de ellas hasta se atrevió a colocarse delante del “sillón, y atravesar realmente una parte de la forma”, a pesar de lo cual, ésta duró todavía un poco de tiempo y después se desvaneció gradualmente. Al mismo tiempo se observó que la señorita Sagée continuaba cogiendo flores con su vivacidad natural. “Las 42 colegialas comprobaron el fenómeno de la misma manera”
Flammarion nos dice a continuación, lo que ocurrió en el colegio después de aquello. Parece ser que los padres de las niñas, alarmados ante un suceso tan extraño, retiraron a sus hijas de aquel colegio para internarlas en otros donde la vida fuese más de éste mundo. De las 42 muchachas que se encontraban en el “Pensionado de Neuwelcke” en 1845, quedaron sólo 12, dieciocho meses después. La señorita Sagée, a pesar de haber demostrado buena conducta y una excelente dote para la educación, fue despedida inmediatamente por el director. La señorita Güldenstubbé, hija del barón Güldenstubbé, dijo haber escuchado a la profesora, instantes antes de ser despedida, las siguientes palabras: “¡Dios mío, con ésta son diecinueve las veces que desde los dieciséis años, me veo obligada a abandonar mi colocación!”
“Su cuerpo astral –escribió el investigador Charles Du Pret- fue visto por todo el colegio de señoritas, mientras duró su estancia en aquella institución.
El suceso ocurrió en 1845 en Livonia, a cincuenta y ocho kilómetros de Riga.
En el lugar, existía un colegio de señoritas nobles, conocida por el nombre de “Pensionado de Neuwelcke”, cuyo director, el señor Buch, albergaba en su escuela 42 alumnas, entre las que podría destacarse a la segunda hija del barón de Güldenstubbé, que en esas fechas contaba con trece años de edad.
La persona que nos interesa era una profesora, de nombre Emilie Sagée, de treinta y dos años de edad, nacida en Dijón. Flammarion la describe como bella, inteligente, alegre y de buena educación, cuyo comportamiento en el trabajo satisfacía a los directores del colegio. Pero dejemos que el propio Flammrion nos cuente lo interesante:
“Pocas semanas después de su instalación en el colegio empezaron a correr sobre ella, entre sus discípulas, rumores un tanto extraños. Cuando una decía haberla visto en tal parte del colegio, otra aseguraba haberla encontrado en otra parte, en igual momento, y la conclusión siempre era la misma: “¡Pero si eso no es posible! Si acabo de encontrarme con ella en la escalera, etc., etc.
Creyóse primero en errores, pero como el hecho no cesaba de repetirse, las jóvenes lo comentaban cada vez más. Los profesores contestaban que todo aquello no tenía sentido común, y que no había que concederle la menor importancia.
Pero las cosas no tardaron en complicarse. Emilie Sagée daba un día lección a trece de aquellas jóvenes, entre las que se encontraba la señorita de Güldenstubbé. Para mejor hacerles una demostración, escribió en la pizarra el pasaje que debían explicar, y las discípulas vieron de pronto, presa de terror, dos señoritas Sagée, una junto a la otra: “Eran exactamente iguales y hacían los mismos gestos”. La sola diferencia consistía en que la verdadera señorita Sagée tenía un pedazo de tiza en la mano y escribía en realidad, mientras que su “doble” no lo tenía y se limitaba a imitar los movimientos que hacía la otra para escribir.
La sensación en todo el colegio fue enorme. Tanto más, cuanto “que todas las jóvenes, sin excepción, habían visto la segunda forma “y estaban perfectamente de acuerdo en la descripción que hacían del fenómeno”.
Pero el incidente más notable fue ciertamente el siguiente.
“Un día se encontraban todas las pensionistas, en número de 42, reunidas en una estancia y ocupadas en labores de bordado. Era una gran sala situada en la planta baja, con cuatro grandes ventanales. Las colegialas estaban todas sentadas alrededor de la mesa y podían ver cuanto sucedía en el jardín. Mientras trabajaba veían a la señorita Sagée ocupada en coger flores, no lejos de la casa. Al extremo de la mesa se sentaba una profesora, encargada de guardar el orden, ocupando un sillón de marroquín verde. En un momento determinado, esta profesora se ausentó, y el sillón quedó vacío, pero por poco tiempo, porque las jóvenes vieron de pronto, sentada en él, a la señorita Sagée. Inmediatamente dirigieron las miradas hacia el jardín, y la vieron que seguía cogiendo flores, con la sola diferencia de que sus movimientos eran más lentos y pesados, parecidos a los de una “persona abatida por el sueño” o “agotada por la fatiga”.
Dirigieron de nuevo sus ojos hacia el sillón, donde el “doble” continuaba sentado, silencioso e inmóvil. Como se encontraban habituados a estas extrañas manifestaciones, dos discípulas de las más atrevidas se aproximaron al sillón, y al tocar la aparición “creyeron encontrar una resistencia parecida a la que ofrecía un ligero tejido de muselina o crespón.
Una de ellas hasta se atrevió a colocarse delante del “sillón, y atravesar realmente una parte de la forma”, a pesar de lo cual, ésta duró todavía un poco de tiempo y después se desvaneció gradualmente. Al mismo tiempo se observó que la señorita Sagée continuaba cogiendo flores con su vivacidad natural. “Las 42 colegialas comprobaron el fenómeno de la misma manera”
Flammarion nos dice a continuación, lo que ocurrió en el colegio después de aquello. Parece ser que los padres de las niñas, alarmados ante un suceso tan extraño, retiraron a sus hijas de aquel colegio para internarlas en otros donde la vida fuese más de éste mundo. De las 42 muchachas que se encontraban en el “Pensionado de Neuwelcke” en 1845, quedaron sólo 12, dieciocho meses después. La señorita Sagée, a pesar de haber demostrado buena conducta y una excelente dote para la educación, fue despedida inmediatamente por el director. La señorita Güldenstubbé, hija del barón Güldenstubbé, dijo haber escuchado a la profesora, instantes antes de ser despedida, las siguientes palabras: “¡Dios mío, con ésta son diecinueve las veces que desde los dieciséis años, me veo obligada a abandonar mi colocación!”
“Su cuerpo astral –escribió el investigador Charles Du Pret- fue visto por todo el colegio de señoritas, mientras duró su estancia en aquella institución.
Este suceso fue publicado por primera vez en 1849 por Robert Dale Howen, a quien se lo había referido la baronesa Julia Güldenstubbé. Luego apareció en la revista “Light” en 1883 en su página 366, y muchos investigadores psíquicos lo recogieron en sus escritos.
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