El telescopio lo inventó un catalán. He aquí la sorprendente hipótesis que pone la revista británica
'History Today'. La historia lleva la firma de Nick Pelling -informático, consultor e historiador en ciernes- y caerá como una losa sobre los fastos que conmemorarán a lo largo del otoño el 400º aniversario del invento.
Hasta ahora se daba por hecho que el telescopio lo había inventado un óptico holandés aunque no estaba muy claro cuál. Hasta tres artesanos distintos trataron de patentar el invento en el plazo de una semana en 1608.
Una coincidencia peregrina que siempre ha despertado las suspicacias de los expertos. La clave descansaría en Gerona, donde vivía y trabajaba el óptico Juan Roget, según las pesquisas de Pelling el verdadero padre del invento.
La tesis de Pelling es deudora del trabajo de otro catalán, José María Simón de Guilleuma (1886-1965), que rastreó las huellas huidizas de Roget y murió sin completar del todo su tarea.
La historia que plantea Pelling es prolija y laberíntica pero se lee como una novela negra. Arranca en otoño de 1608 en La Haya. Allí se presenta el 25 de septiembre el óptico Hans Lipperhey y solicita audiencia con el príncipe holandés Mauricio de Nassau. Quiere mostrarle un artilugio revolucionario que le permitirá ver cualquier objeto a larga distancia.
El telescopio de Lipperhey suscita admiración en Nassau y pavor en sus enemigos. Cuenta la leyenda que el negociador español en La Haya, Ambrosio de Spínola -retratado por Velázquez en Las lanzas- comentó: "De ahora en adelante ya nunca estaré seguro porque usted, Nassau, podrá verme desde la lejanía".
Henchido de orgullo, Lipperhey registra la patente el 2 de octubre, pero no es el único. Dos semanas después -el 14 y el 17- otros dos paisanos van al registro con artilugios similares: Jacob Metius y Zacharias Janssen. ¿Qué ocurrió para que a Metius, Janssen y Lipperhey les asaltara prácticamente a la vez la misma idea?
Éste es el motor de la tesis de Nick Pelling, que sostiene que ninguno de los tres fue el padre de la criatura: "Los tres holandeses mentían, engañaban, ocultaban o tenían mala memoria en diversos grados".
La clave del invento está en el último de los tres: Zacharias Janssen. Su hijo cuenta cómo su padre en realidad copió el diseño de un artilugio que había comprado y que databa de 1590. El hilo del telescopio de Janssen nos lleva a un misterioso encuentro celebrado en la Feria de Francfort de 1608, unos días antes de que Lipperhey llegara con su invento a La Haya.
Todo apunta a España
Según un autor de la época, un holandés -seguramente Janssen- intentó venderle a un noble alemán un telescopio pero no lo logró porque una de las lentes estaba rota y porque el precio era exorbitado.
Este episodio ha llevado a pensar que Janssen vendía en realidad un objeto hecho por otro y a endosar la invención del telescopio a ópticos italianos como G. Battista della Porta o Rafael Gualterotti.
Pero las pesquisas de Pelling no apuntan a Italia sino en dirección a España. Lo hacen siguiendo precisamente el camino marcado por otro italiano -Girolamo Sirtori-, que en 1609 escribe que ha conocido al "verdadero primer inventor" del telescopio: el tal Roget. Pelling sigue los pasos de Simón Guilleuma, que buceó en inventarios de la época en pos de alguno de los primeros telescopios fabricados por el óptico catalán.
Entre ellos destacan dos. En el primero, fechado en abril de 1593, Pedro de Carolona lega a su esposa una "ullera de larga guarnida de llautó". Algo así como un largo catalejo/telescopio de latón. El segundo, fechado el 5 de septiembre de 1608, pertenece a una subasta de los bienes de Jaime Galvany, entre los cuales se cuenta una "ullera de llauna per mirar de lluny". Algo así como "un catalejo/telescopio para mirar de lejos".
Según Pelling, por la época es muy improbable que el primer inventario responda a la definición de telescopio pero el segundo -el de la subasta- se ajusta como un guante a los sucesos de Holanda.
He aquí su hipótesis. Un desconocido compra el telescopio de Galvany en Barcelona y pone inmediatamente rumbo a Francfort, la feria donde se presentaban anualmente los libros y las novedades científicas. Allí, al verse huérfano de contactos, conoce a Janssen y le ofrece ir a medias en el negocio a cambio de que éste le venda el objeto a sus clientes.
Janssen -fascinado por el objeto- hace lo imposible por no venderlo. Cree que ha encontrado la gallina de los huevos de oro. Quiere quedárselo él y así lo hace.
Vuelve enseguida a Holanda, convencido de que será capaz de fabricar algo parecido. Pero Janssen no es óptico y necesita lentes. Se las pide a Lipperhey y a Metius. No se da cuenta de que a la vez propaga el secreto y cava su propia tumba. Cuando construye su propio telescopio y va a la oficina de patentes, se da cuenta de que Lipperhey se le ha adelantado, arrebatándole de paso los laureles a un óptico de Gerona.
Nick Pelling. (Foto: Ione Saizar)
Un rastreador de internet
Nick Pelling tiene maneras de empollón y de informático loco. Durante 25 años trabajó como diseñador de videojuegos y consultor tecnológico. Ahora dedica su tiempo libre a la Historia y su vida laboral al diseño de cámaras de seguridad.
"Es una ironía, pero los tres eslabones de esta historia estamos en el negocio de las lentes. Roget y Simón Guilleuma eran ópticos y yo trabajo en algo muy similar", dice con sorna.
Pelling no oculta en ningún momento su condición de deudor de las pesquisas de su predecesor catalán, el primero en seguir la pista de Roget. Cuenta que ha contactado con su familia y que están satisfechos de que alguien haya recogido el testigo de su padre.
Él tropezó con la tesis de Guilleuma en internet y la estudió con detenimiento. Luego supo que apenas se había publicitado y que había sido objeto de una emisión radiofónica nocturna en los micrófonos de Radio Barcelona.
No aspira a que los historiadores den por buena su tesis aunque cree que es una explicación plausible de lo sucedido: "Nos faltará siempre la pistola humeante. Pero quién sabe. Hay por ahí muchos archivos sin rastrear".