Las recientes informaciones alusivas a la posible «jubilación» del Dalai Lama han generado un renovado interés de los grandes medios de comunicación por el conflicto del Tíbet. Dicha revelación está relacionada con el secuestro de la segunda autoridad del budismo tibetano, el Panchen Lama, por el ejército chino y con la supervivencia de la comunidad en el exilio. por Miguel Pedrero
El jueves 17 de mayo de 2007 los medios de comunicación daban a conocer una noticia de gran importancia para el futuro del Tíbet: el Dalai Lama planteaba jubilarse. El rumor había surgido unos días antes en Bruselas (Bélgica), donde el primer ministro del Gobierno Tibetano en el Exilio (GTE), Sandhong Rinpoché, celebró una serie de encuentros con numerosos grupos de apoyo a la causa de los lamas. El diario británico The Independent consiguió algunas declaraciones de dirigentes cercanos al Dalai Lama en este sentido, incluida la de su secretaria personal. Ésta afirmó: «El liderazgo político será transferido en poco tiempo, aunque el Dalai continuará siendo el líder espiritual, porque de momento esto es imposible de cambiar». La información, que se presentó a la opinión pública como una mera anécdota, no lo es. Se trata de una estrategia política directamente relacionada con la supervivencia de la comunidad tibetana en el exilio. Es el último hecho de una historia –digna del mejor thriller– en la que se entremezclan servicios secretos, asesinatos, detenciones, secuestros, creencias reencarnacionistas y oscuras tramas políticas. Pero como en toda historia, conviene empezar por el principio. LA REENCARNACIÓN DEL PANCHEN LAMA 14 de mayo de 1995. No era la primera visita que los emisarios del Dalai Lama realizaban a la pequeña aldea tibetana de Lhari. Debían ser cautelosos, pues eran conscientes de que el servicio secreto chino estaba al tanto de que algo se tramaba en la residencia oficial del líder budista, en Dharamsala (India). De nuevo, entraron en la misma casa, donde fueron recibidos con la misma amabilidad por el joven y pobre matrimonio. Si su hijo, de tan sólo seis años, pasaba las últimas pruebas que le tenían preparadas sería nombrado XI Panchen Lama: representante en la Tierra del Buda de la Infinita Luz y segunda autoridad del budismo tibetano después del Dalai Lama. Le mostraron al pequeño una serie de objetos y, otra vez, prestó atención a aquellos que habían pertenecido al X Panchen, fallecido de forma sospechosa en 1989, después de criticar la feroz política represiva del ejército chino en el «techo del mundo». Los lamas-oráculos que localizaron mediante sueños y técnicas adivinatorias el lugar donde se había reencarnado el Panchen estaban en lo cierto. Los emisarios del Dalai Lama esbozaron una sonrisa. Habían conseguido su objetivo. Días después, portavoces del Gobierno Tibetano en el Exilio (GTE) hicieron oficial la noticia. El niño, Gedhun Choekyi Nyima, fue trasladado, como manda la tradición, al monasterio de Tashilhunpo para recibir una cuidada educación. En el seno del gobierno chino, el malestar era evidente, pues el Dalai Lama había demostrado al mundo que mantenía la suficiente influencia y poder en el Tíbet como para llevar a cabo una acción tan importante a espaldas del coloso amarillo. Además, según la tradición, los Panchen Lamas son los responsables de encontrar a la reencarnación de los Dalai. En otras palabras, a la muerte del actual líder tibetano, Gedhun Choekyi sería el encargado de localizar la reencarnación de éste. Por lo tanto, el GTE tendría el control sobre el proceso de elección de su siguiente líder. EL SECUESTRO Un par de semanas después, el sonido de varios helicópteros pertenecientes a un equipo de élite del ejército chino rompió la tranquilidad del monasterio de Tashilhunpo. En una operación relámpago, los soldados entraron en la residencia del Panchen Lama y secuestraron al niño y a sus padres. Algunos días más tarde, cerca de cincuenta monjes fueron detenidos por la policía, incluido el lama Chadrel Rinpoché, abad del monasterio y líder de la comisión de búsqueda del Panchen. En la cárcel, según denunciaron organizaciones protibetanas, sufrieron toda clase de torturas. Durante un año, las autoridades chinas se negaron a ofrecer algún dato sobre el paradero del Panchen Lama y su familia. Finalmente, una escueta nota de la agencia oficial de noticias china, Xinhua, anunciaba que Gedhun se encontraba bajo protección de las autoridades chinas a petición de sus padres, para evitar que fuera secuestrado por los rebeldes «separatistas». El gobierno chino volvió a sorprender al mundo, cuando dió a conocer el 29 de noviembre de 1996 que varios monjes tibetanos habían anulado el nombramiento del Dalai Lama, eligiendo a un nuevo Panchen en la persona de Gyaltsen Norbu, un joven de familia budista, pero cuyo padre pertenecía al Partido Comunista Chino. La operación, que contó con la colaboración de varios lamas prochinos, suponía que el nuevo Panchen Lama no era más que un títere en manos del servicio secreto del «dragón dormido». Por supuesto, el GTE denunció la invalidez de esa elección, al tiempo que se movilizaba para hacer frente a la nueva situación. Como hemos apuntado anteriormente, a la muerte del Dalai Lama será el Panchen quien tendrá el papel más relevante en la elección del nuevo líder, por lo que los chinos podrían elegir a un Dalai cuando desaparezca el actual. Inmediatamente, sabios e intelectuales del exilio tibetano desempolvaron casos históricos en los que los Panchen Lamas no habían elegido al siguiente líder del budismo. Por su parte, el actual Dalai Lama comenzó a realizar declaraciones en el sentido de que a su muerte no se reencarnaría en el Tíbet, sino en el exilio. La información con la que abríamos este reportaje, es decir, la posible jubilación del Dalai Lama, se enmarca dentro de una cuidada estrategia para poner al frente del GTE a nuevos líderes que puedan hacer frente a un hipotético escenario futuro en el que existan dos Dalai: uno elegido por el GTE y otro por las autoridades chinas, sirviéndose como en el caso del Panchen de algunos lamas colaboracionistas. Todos los pasos de Gyaltsen Norbu, el «Panchen comunista», se planifican con sumo cuidado, siempre con la meta de hacer de él un líder budista enfrentado al Dalai. De hecho, vive casi todo el año en China y son contados sus viajes al Tíbet. En el 2006, las autoridades chinas decidieron organizar en su territorio el Foro Mundial del Budismo, al que por supuesto no invitaron al Dalai. Por el contrario, prepararon todos los actos para que la estrella del encuentro mundial fuese Gyaltsen Norbu, de dieciséis años de edad. Entre las acciones propagandísticas diseñadas por el gobierno del «dragón dormido» destacaron los encuentros entre el joven Panchen y diversas autoridades. Así, en el 2004 Norbu se entrevistó con el presidente chino Hu Jintao en una pomposa ceremonia trasmitida a bombo y platillo por la televisión estatal. Hu definió al Panchen Lama como un ejemplo de amor al estado y a la religión, a la vez que anunció que su gobierno redoblaría los esfuerzos para luchar contra la pobreza en el Tíbet. Gyaltsen Norbu aplaudió efusivamente tras escuchar las palabras del presidente. GENOCIDIO EN EL TECHO DEL MUNDO En 1949, el régimen comunista recién instalado en China envió tropas para invadir el Tíbet. A modo de lavado de cara obligaron a los líderes tibetanos a firmar un «tratado de colaboración», que reconocía la autonomía del gobierno tibetano en asuntos de carácter interno. La resistencia a los ocupantes tuvo su punto álgido en 1959 con un levantamiento nacional, según algunas fuentes apoyado por la CIA. En ese mismo año, presumiblemente en una operación organizada por el servicio secreto de EE UU, el Dalai Lama logró escapar del Tíbet. Durante los años 60 y 70 el ejército chino actuó sin contemplaciones contra el pueblo tibetano. Según los datos manejados por el gobierno en el exilio una quinta parte de la población, alrededor de 1.200.000 tibetanos, perdieron la vida como resultado de las políticas represoras de China. Muchos más acabaron en campos de trabajo o sufrieron terribles torturas. Además, miles de monasterios y templos fueron destruidos y saqueados. En definitiva, independientemente de las guerras de cifras entre los exiliados tibetanos y las autoridades chinas, la invasión sólo puede calificarse de genocidio. El Dalai Lama y miles de exiliados consiguieron que el gobierno indio les cediera el territorio de Dharamsala para organizar un gobierno propio. Hasta la invasión, el Tíbet hacía de «amortiguador» de las tensiones fronterizas entre el coloso amarillo e India, por lo que el gobierno de este último país analizó la ocupación china como una amenaza contra su propio territorio. Apoyando a los exiliados, la India tenía en sus manos un elemento de presión contra el «dragón dormido». Por su parte, los invasores comenzaron a colonizar aquellos territorios tibetanos más rebeldes con población foránea. Al mismo tiempo, en el norte del altiplano tibetano el gobierno chino construyó el principal complejo de investigación y desarrollo nuclear de su país. Según informaciones de la CIA hoy en día existen tres o cuatro lugares de lanzamiento de misiles nucleares en el Tíbet. Se sospecha que el número exagerado de muertes por cáncer y otras extrañas enfermedades en algunas zonas del país tiene su explicación en la basura nuclear que se habría enterrado allí. Lo anterior no implica, en modo alguno, que la imagen que ha llegado a Occidente de la vida en el Tíbet antes de la invasión tenga más de mito que de realidad. No era un país regido por la espiritualidad en el que la población vivía en un permanente estado de felicidad. Se trataba de una sociedad feudal, en la que una élite dirigente –formada tanto por laicos como por los lamas que controlaban los más importantes monasterios– se repartía la propiedad de las tierras, llevando una vida ociosa e improductiva. Por contra, la mayor parte de la población estaba conformada por una especie de siervos que trabajaban los campos y debían pagar impuestos a sus señores. El orden social se basaba en la creencia budista en la reencarnación y el karma, según la cual a cada persona le corresponde una determinada existencia en función de los actos que hubiese realizado en sus vidas pasadas. Así, por ejemplo, un campesino que estaba condenado a la pobreza durante toda su vida, aceptaba sin más su situación como un «aprendizaje» en su evolución. Por tanto, si se comportaba correctamente y obedecía a sus señores, en otra existencia podría reencarnarse en un gran lama. Incluso el propio Dalai se mostró crítico con la forma de gobierno en el Tíbet, reconociendo que presentaba elementos indeseables. LA CIA Y EL DALAI LAMA A partir del año 1955 la CIA comenzó a introducir exiliados tibetanos armados en el país de los lamas. A finales de los 90 diversas publicaciones como Newsweek o Chicago Tribune accedieron a documentos y testimonios sobre el apoyo de la agencia de espionaje de EE UU a las guerrillas que luchaban contra los invasores en el Tíbet. Los rebeldes recibían entrenamiento en las Montañas Rocosas (Colorado). Después embarcaban en aviones del ejército estadounidense que sobrevolaban el territorio tibetano. Los guerrilleros saltaban en paracaídas a las zonas menos controladas por las tropas chinas. Con informaciones e indicaciones recibidas de sus instructores de la CIA, llevaban a cabo acciones de sabotaje contra los militares chinos acantonados en la zona. Sin embargo, la mayoría de los comandos guerrilleros fueron derrotados por el ejército del gigante asiático. Ante el fracaso de las operaciones, en 1964 la CIA decidió rebajar la asignación anual a la organización tibetana en el exilio de1,7 millones de dólares a 1,2. Según publicaron diversos medios, el Dalai Lama recibía de la agencia de espionaje casi 190.000 dólares al año, los cuales eran empleados para abrir sedes del GTE en varias ciudades de Europa y Estados Unidos. De todos modos, parece que esta ayuda tan directa de la CIA se terminó en los años 70. No es ningún secreto, el propio Dalai Lama y otros altos cargos en el exilio han reconocido esta especial relación con la CIA durante décadas. Las autoridades chinas aseguran que la concesión del Premio Nobel de la Paz al Dalai Lama en 1989 fue una operación política de los servicios secretos occidentales para magnificar su figura. De este modo, las críticas del líder tibetano contra la ocupación ganarían más «espacio» en los medios de comunicación internacionales, además de poseer una inmejorable carta de presentación para reunirse con los más importantes líderes mundiales. A través de organizaciones estadounidenses, como la Fundación Nacional a Favor de la Democracia –según muchos una pantalla de los servicios secretos americanos–, el GTE sigue recibiendo millones de dólares para sus actividades. Por otro lado, el Dalai Lama mantiene excelentes contactos con políticos de EE UU, tanto demócratas como republicanos. Ha sido recibido en varias ocasiones por George Bush y no es extraño que mantenga reuniones con los senadores más derechistas, como Jesse Helms. Por ejemplo, su viaje a EE UU en 1989 fue planeado hasta en sus últimos detalles por el Departamento de Estado. El presidente Bush se convirtió en uno de los principales aliados del Dalai Lama cuando firmó el Acta de Políticas Tibetanas: una serie de acciones cuyo fin era establecer una mesa de diálogo entre la comunidad de exiliados y China, en la cual EE UU actuaría como una especie de árbitro, mediante la creación de una oficina en Lhasa, la capital del Tíbet, dirigida por funcionarios estadounidenses. Bush también expresó en varias ocasiones su apoyo al pueblo tibetano. Desde el año 2002 el gobierno chino y representantes del Dalai Lama iniciaron un proceso de diálogo, cuyo resultado más visible han sido los cinco encuentros públicos entre las dos partes. Los tibetanos cuentan con el asesoramiento del Departamento de Estado norteamericano. Así, Paula J. Dobriansky, subsecretaria de Estado para la Democracia y Asuntos Globales, además de Coordinadora Especial de Asuntos Tibetanos, ha denunciado en varias ocasiones la «retórica negativa» de los representantes chinos en la ronda de encuentros. Cuando se trata de presionar a las autoridades del coloso amarillo, Dobriansky alude al abuso de los derechos humanos en el Tíbet. En definitiva, EE UU utiliza la cuestión del Tíbet para presionar a las autoridades chinas cuando conviene a sus intereses. Negociaciones secretas En septiembre de 1987 el Dalai Lama presentó ante el Congreso de EE UU un documento titulado Plan de Paz para el Tíbet en Cinco Puntos, cuyo eje central era que el Tíbet debía convertirse en una especie de zona de distensión entre China e India. Poco después estallaron unas revueltas en la capital tibetana, que según diversos analistas no eran casuales. Estos hechos provocaron que Occidente presionara a Pekín para que reanudara las conversaciones con el exilio. Un año después, con este elemento de presión en sus manos, el Dalai Lama sorprendió al mundo al proponer que el Tíbet continuara «asociado» a China y que las tropas de este país se quedaran en la zona por tiempo indefinido, olvidando así sus ansias independentistas. A cambio, el Dalai pedía al gobierno chino que la vida económica y cultural del techo del mundo estuviese regida por un gobierno tibetano laico. Desde entonces, la postura oficial del líder budista –que cuenta con importantes opositores entre el exilio– ha sido la de llegar a un acuerdo con los invasores. También ha jugado un papel de cierta relevancia en la política interna china, sobre todo cuando brindó su apoyo a Deng Xiaoping en cuanto éste se convirtió en el presidente de la potencia asiática. Xiaoping era un crítico de Mao y su revolución cultural y se propuso desde el principio de su mandato abrir China a los mercados capitalistas. El gobierno en el exilio El llamado Gobierno Tibetano en el Exilio (GTE) se estableció en 1960 en Dharamsala, población al norte de India. Allí, los exiliados fundaron un parlamento conocido como Asamblea de Diputados del Pueblo Tibetano. Está formado por 46 miembros: 10 por cada una de las tres provincias tibetanas antes de la invasión; 2 por cada una de las cuatro escuelas del budismo tibetano, más la tradición Bon; 3 en representación de los exiliados en Europa y América y 3 a libre disposición del Dalai Lama. En 2001 el Dalai transfirió sus responsabilidades administrativas a la Asamblea y al jefe del gobierno, profesor Sandhong Rinpoché, elegido democráticamente en las elecciones de 2001 y reelegido en 2006. El gabinete de Rinpoche controla importantes departamentos, como el de Seguridad, Finanzas, Educación o Religión y Cultura. ¿Lo sabías? Sönam Gyatso, el tercer Gran Lama (1543-1588), se convirtió en el primero en asumir el título de Dalai, palabra de origen mongol que significa «gran océano». El mismo se creó a instancias del jefe mongol, quien reconoció a Gyatso como su maestro, al tiempo que instaba al pueblo mongol a convertirse al budismo. El sexto Dalai Lama, T. Gyatso (1617-1682), perdió el respeto de su pueblo por su comportamiento disoluto. Esto fue aprovechado por el emperador chino para intervenir en el Tíbet. En 1720 los chinos invadieron la zona y esta situación perduró hasta el fin del Imperio Chino en 1911.
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