Después de los humanos, los macacos rhesus son una de las especies de primates que más éxitos ha conquistado. ¿La clave? Ellos también tienen una inteligencia maquiavélica. Es lo que asegura el experto en primates Dario Maestripieri en su libro Macachiavelliam Intelligence (Inteligencia macaquiavélica, en castellano). Sus observaciones son el resultado de más de dos décadas de estudio intenso del comportamiento de estos animales en varios puntos de Europa, Atlanta y en Puerto Rico. Los macacos viven en sociedades muy complejas, con jerarquías dominantes y vínculos duraderos entre las hembras emparentadas. Los individuos constantemente compiten por alcanzar un estatus social más alto y el “poder” que éste les proporciona. Para conseguirlo recurren a la agresividad y al nepotismo, y establecen complejas alianzas políticas. El sexo también puede utilizarse con fines políticos. En definitiva, un comportamiento demasiado parecido al que proponía el astuto Maquiavelo, que aseguraba que el príncipe o el gobernante tiene como misión la felicidad de sus súbditos, y que para conseguir un Estado fuerte deberá combinar la diplomacia con la coacción y la violencia, utilizando si es necesario a la astucia y el engaño. Maestripieri ha observado también que en las sociedades de macacos, los machos dominantes recurren a la violencia y las amenazas para conseguir los lugares de descanso más seguros, la mejor comida y sexo cuando quieren. Los miembros más débiles del grupo son marginados y forzados a vivir en las zonas externas de la comunidad, donde son vulnerables a los ataques de los depredadores. Deben esperar a que otros coman primero y sólo tienen acceso a las sobras. “El estatus social puede marcar también la diferencia entre la vida y la muerte en humanos”, subraya el investigador, y pone como ejemplo el Huracán Katrina y sus graves consecuencias para los miembros más pobres de la sociedad. En cuanto a las hembras, se aseguran de mantener relaciones sexuales con el “cabecilla”, para aumentar las posibilidades de que protejan a sus bebés cuando nazcan. “Pero mientras le hacen creer que será el padre, las hembras también se aparean con otros machos del grupo a sus espaldas”, explica Maestripieri. Los macacos tienen, incluso, intensas luchas de poder que pueden terminar en revolución cuando los miembros de la familia dominante son atacados repentinamente por sus subordinados. “Lo que los macacos y los humanos tienen en común es que muchas de sus tendencias psicológicas y de comportamiento han tomado forma en intensa competencia entre individuos y grupos durante la historia evolutiva”, escribe el investigador. Y sugiere que la “presión para encontrar soluciones maquiavélicas a problemas sociales” podría explicar por qué nuestro cerebro ha evolucionado hasta alcanzar su actual tamaño.
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