domingo, octubre 28, 2007

Elias Howe


Elias Howe luchaba por deshacerse de sus ataduras mientras el agua de la olla comenzaba a hervir. Cuando uno está a punto de ser devorado por una tribu caníbal, no es fácil reparar en los detalles, sin embargo, había algo extraño en aquellas lanzas… El inventor estadounidense despertó sudoroso, las imágenes de la pesadilla se desvanecían en la penumbra de la habitación. Aliviado, trató de fijar en su memoria la forma de las lanzas amenazantes… ¿Era esa la respuesta que estaba buscando?
Al día siguiente, de vuelta en el taller, pudo confirmarlo: “¡Un agujero en la punta! Eso es ¡La aguja debe tener un agujero en la punta, como las lanzas de mi sueño!”. Howe acababa de dar con la clave para hacer funcionar la primera máquina de coser. Un invento ansiado y temido a partes iguales por su impacto drástico en la mano de obra dedicada a la costura. No en vano en 1830, quince años antes de la afortunada pesadilla, otro prototipo, el del francés Thimonnier, había sido boicoteado por un motín de costureras furiosas. Su inventor logró huir y murió poco después en la bancarrota.
El fracaso de Thimonnier no disuadió a otros inventores, entre ellos, Walter Hunt, prolífico ingeniero que ideó el imperdible y el rifle de repetición. Pero ninguno había caído en la cuenta de que, para funcionar, las agujas de una máquina debían tener el ojo en la punta, y no en la base como las de costura manual. Así se viene haciendo desde la patente de Howe hasta nuestros días. Respecto a su fortuna, las cosas no le fueron tan bien como se podría pensar, consumió su vida en pleitos con otros inventores más astutos o mejor asesorados, como Isaac Singer, quien se llevó la mayor parte de la fama y la fortuna.
La llamada Guerra de las Máquinas de Coser recibió gran cobertura de los diarios de la época, con seguimientos periódicos del litigio y anuncios en donde los defensores de cada patente se descalificaban mutuamente. Tras muchos desvelos, Howe logró cobrar cinco dólares por cada máquina vendida en EEUU, aunque no tuvo mucho tiempo para disfrutar de esta victoria tardía, murió en 1867, el mismo año que su patente expiraba. Seguramente tampoco llegó a imaginar el impacto que tendría su invento en la industria y los hogares del siglo XX.
Quizá le hubiera consolado saber que la película de Richard Lester Help, protagonizada por los Beatles en 1965, termina con este enigmático homenaje: “Respetuosamente dedicada a Elias Howe, quien en 1846 inventó la máquina de coser”.

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