¿Por qué pasar la eternidad bajo tierra, evaporados en humo o congelados? Cada vez más mortales se deciden por un formato más lujoso, convertirse en diamante, gracias a unos cuantos miles de euros y a una delicada transformación química practicada sobre todo en Suiza.
En la pequeña ciudad oriental de Coire, la sociedad Algordanza recibe cada mes entre 40 y 50 urnas funerarias procedentes de todo el mundo. Su contenido será pacientemente transformado en piedra preciosa. "Hay todo tipo de personas, desde el conductor de camiones al profesor de filosofía", explica Rinaldo Willy, uno de los cofundadores de la empresa, en un laboratorio donde una quincena de máquinas funcionan sin interrupción.
Una empleada, con los ojos protegidos por unas gafas anchas de plástico, trabaja detrás de una línea amarilla y negra que el visitante no tiene derecho a franquear, por respeto a los muertos. "500 gramos de cenizas bastan para hacer un diamante, mientras que el cuerpo humano deja una media de 2,5 a 3 kilos", afirma el joven Willy, de 28 años.
Los restos humanos se someten por etapas a varias metamorfosis. Primero, pasan a ser carbono, después grafiti. Expuestos a temperaturas de 1.700 grados, se convierten finalmente en diamantes artificiales en un plazo de cuatro a seis semanas. En la naturaleza, el mismo proceso lleva milenios. "Cada diamante es único. El color varía desde el azul oscuro hasta casi el blanco", señala Willy. "Es un reflejo de la personalidad", considera.
Una vez obtenido, el diamante en bruto es pulido y tallado según la forma deseada por los familiares del difunto, que con frecuencia escogen un corazón para llevar como colgante o magnificar una alianza. El precio de esta alma translúcida oscila entre 2.800 y 10.600 euros, según el peso de la piedra (de 0,25 a un quilate). Un monto que no incluye el montaje, pero que Algordanza juzga razonable.
"Un entierro cuesta muy caro: son 12.000 euros en Alemania", defiende su cofundador, que guarda celosamente en secreto el volumen de negocios de su empresa. Willy reconoce que es imposible probar que un diamante proceda de una persona en particular. "El ADN se quema", argumenta. Pero "la huella química" de las cenizas, determinada a la llegada de la urna al laboratorio, permite establecer una documentación y encontrar luego el origen del producto final.
La industria del 'diamante humano' está en plena expansión, con empresas instaladas en España, Rusia, Ucrania y Estados Unidos. Fundada en 2004, la sociedad suiza ha abierto oficinas en una veintena de países y emplea a un centenar de trabajadores en el mundo.
La mayoría de las urnas proceden de familias que quieren guardar un precioso recuerdo de un allegado. Pero también hay quien decide antes de morir ser incinerado y 'diamantizado', un servicio que ahora ofrecen también algunas compañías de seguros de vida.
La movilidad de la vida moderna es propicia para el sector, estima Willy, que destaca la dificultad de desplazarse con una urna a cuestas -añadida al hecho de que algunos países prohíben guardar las cenizas de un difunto en su domicilio- y la faena que supone conservar una tumba.
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