"Ya no es posible pensar que nos son dados graciosamente por nuestro nacimiento y nuestra situación todos los derechos y los privilegios. Es preciso ganarlos, conservarlos y acrecentarlos día a día, con espíritu de entrega y servicio. Hoy ya no se nos da nada que no sepamos merecer".
Carta de Su Majestad al Príncipe Felipe, remitida el 17 de octubre de 1984.
Las diez cartas que envió el Rey a su hijo, el príncipe Felipe, mientras éste cursaba su último curso de Bachillerato en el College School de Lakefield (Canadá), entre los años 1984 y 1985, son un documento de extraordinario valor político. El Rey es símbolo de la nación, referencia neutral en el juego democrático, árbitro de las instituciones y titular del poder moderador, por lo que no puede manifestar su pensamiento político. Gracias a las cartas que divulgo en mi libro El Príncipe y el Rey -de las que Crónica proporciona, por primera vez, un amplio resumen- podemos saber lo que Don Juan Carlos piensa sobre asuntos de gran trascendencia política. Estas cartas fueron escritas para enseñarle al Heredero los secretos del oficio de Rey. Y muestran con meridiana claridad cómo entiende Don Juan Carlos su alta función institucional, al tiempo que nos adentran en aspectos inéditos de su personalidad. A través de estas misivas laten aspectos muy reveladores de la entrañable relación de padre e hijo, del Rey y de quien está llamado a serlo en un futuro indeterminado.
Se trata de diez cartas -la primera, remitida el 5 de septiembre de 1984, y la segunda, el 6 de junio de 1985- con membrete de la Casa Real y, a pesar de su tono íntimo, escritas a máquina. Algo de lo que el Rey se disculpa en una apostilla a la misiva del 3 de noviembre. La firma Don Juan Carlos de su puño y letra: "Te escribo siempre a máquina pues mi letra es ininteligible y supongo que prefieres leerlo cómodamente".
Al final, el Rey incluía mensajes afectuosos -"Se te echa de menos y se te quiere mucho"- e incluso irónicos -"Un prolongado y realazo abrazo de tu padre"-, que siempre firmaba como "Padre", mayúscula incluida. La Reina Sofía prefería el más tierno "mamá" pero se dirigía a su vástago en inglés: "And kisses from your loving mama" [Y besos de mamá que te quiere].
El hecho de que estas líneas no fueran escritas para ser publicadas las dota de una frescura extraordinaria y de una sinceridad que no puede permitirse en sus intervenciones públicas. Todos sabemos que Don Juan Carlos es una persona perspicaz y dotada de una experiencia extraordinaria, pero sorprenden un tanto la erudición y sutileza de estas cartas. Un verdadero tesoro para los historiadores como lo fueron las que le enviara Carlos I de España y V de Alemania a su hijo Felipe II.
El Monarca hace notar a su hijo -que entonces contaba con 16 años-, desde la primera carta, la suerte que tiene: "Dispones de comodidades, de beneficios y podríamos decir que hasta de caprichos. [...] Hay que haber carecido de lo imprescindible para apreciar lo que es tener más de lo necesario. Y tú debes esforzarte en comprenderlo puesto que siempre has tenido la suerte de que no te falte nada".
Un contraste evidente con lo que el Rey sufrió: "De mí puedo decirte que he tenido en mi vida momentos muy delicados, llenos de incertidumbre, en los que he debido soportar desaires y desprecios, incomprensiones y disgustos que tú, gracias a Dios, no has conocido. Pero precisamente esas circunstancias de prueba, que hay que soportar con la sonrisa en los labios, devolviendo amabilidades por groserías y perdonando para ser perdonado, me han permitido madurar, endurecerme y recibir las lecciones necesarias para que ahora pueda mirar atrás con orgullo y con satisfacción".
Hay que reconocerle a Don Juan Carlos que ha sudado la Corona: Tuvo que ganarse la confianza de Franco, enojar a su padre y a los monárquicos de estricta obediencia saltándose el orden dinástico, contrariar a Franco y a los franquistas derribando aquel régimen para alumbrar la democracia, conjurar un golpe de Estado, convivir con gobiernos de izquierda y de derecha...
No faltan las paradojas en esta correspondencia que en mi libro El Príncipe y el Rey se publica íntegramente. El Monarca atribuye una importancia capital, discutible desde el punto de vista constitucional, de su poder moderador, que considera tan importante como el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Ha practicado a partir del golpe de Estado del 23 F y la resaca consiguiente y, sobre todo, a partir de la llegada de Felipe González al poder, un cierto retraimiento a la vida privada -actos protocolarios aparte- que sólo ahora, en 2008 -cuando el Rey ha cumplido 70 años y su vástago, 40- parece replantearse tras su annus horribilis. Es como si a partir de aquel golpe hubiera dicho: "Yo ya os he sacado del atolladero... Ahora os toca trabajar a vosotros" .
La verdad es que no era fácil moderar ni a Felipe González ni a José María Aznar, a pesar de que algunos dirigentes políticos, y desde luego la prensa, se lo requirieron en su día: corrupciones y guerra sucia en la época de González o el envío de tropas a Irak en la de Aznar. Ha sido, sin embargo, a partir de la vuelta de las pasadas vacaciones de verano cuando semejante reclamación ha sido más amplía y más sonora. En plena crispación política, ciertos periodistas atacaron al Rey por no impedir determinadas decisiones de Zapatero.
IDIOSINCRASIA MILITAR
Hay un aspecto muy útil y a veces infravalorado del papel moderador del jefe del Estado que no despierta la menor suspicacia entre los intérpretes de la Constitución. Me refiero al derecho que tiene el rey de ser informado. A su función de audiencia, de escuchar aunque no pueda comprometerse en sus respuestas. El Monarca se lo trasmite muy elocuentemente a su hijo: "Hay que aprender a escuchar mucho, a escuchar con atención, para no ofender a quien te hable, al ponerle de manifiesto tu indiferencia; pero también a hablar con medida, de manera discreta, con amabilidad y buen tono, con sencillez y sentido del humor. Saber callar es tan difícil como saber hablar. !Y hay tantas maneras de callar mientras otro habla!. Al que ha encontrado una buena manera de callar cuando las circunstancias lo aconsejan, casi todo el mundo le entiende".
También sería constitucionalmente discutible la significación que atribuye el Monarca al hecho de que él y, en el futuro, su hijo ejerzan el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Esta función es concebida por muchos constitucionalistas como meramente simbólica, ya que el jefe del Estado no puede tomar decisiones en el ámbito castrense, que son de responsabilidad exclusiva del Gobierno sin el debido refrendo. Sin embargo, hay que reconocer que el equívoco sobre el alcance de la jefatura del Ejército establecida en la Constitución funcionó con los generales que dudaban si sumarse o no al golpe de Armada, Milans del Bosch y Tejero. Aquel equívoco salvó la democracia.
Cuando el Rey escribe estas cartas han pasado cuatro años del golpe, por lo que se comprende el mensaje que envía a su hijo: "Quien va a tener bajo su mando a las Fuerzas Armadas es imprescindible que se familiarice con ellas; que se impregne de su especial idiosincrasia [...] Sólo de esa manera podrás después comprender la especial psicología de quienes van a ser tus compañeros y después tendrán a su cargo las misiones de mando en los Ejércitos. Esto te será de gran utilidad en el trato con cuantos integran aquéllos y, a la vez, formará tu carácter para las altas misiones que te correspondan en el futuro".
El Rey tuvo que dedicarse a fondo a trabajar a Felipe González para que su hijo ingresara a las academias militares pues el ministro de Defensa, a la sazón Narcís Serra, estimaba contraproducente un contacto excesivo del Heredero con las academias militares tildadas por el ministro de nidos de golpistas.
SECRETO DEL CARISMA
A lo que el Rey dedica mayor atención no es tanto a las cuestiones estrictamente políticas como a trasmitir a su hijo su sabiduría para que este se haga con un carisma; a la forma de presentarse ante la gente; al apretón de manos, a la forma de saludar a quienes se le acercan; en definitiva, al arte de ser simpático sin pasarse, que es la cuadratura del círculo para labrarse "la Majestad", una tarea tan difícil como representar un buen papel en el teatro, para el que no sólo hay que tener memoria, prestancia y soltura, sino intuición y muchas tablas.
"No te canses jamás de ser amable con cuantos te rodean -le recomienda- y con todos aquellos con los que hayas de tener relación. [...] Has de mostrarte animoso aunque estés cansado; amable aunque no te apetezca; atento aunque carezcas de interés; servicial aunque te cueste trabajo".
"Tienes que ser ejemplar y acertar a establecer la graduación necesaria para que tu simpatía no caiga en excesiva confianza; para que tu prudencia no se interprete como indiferencia o evasión; para que aunque tengas el orgullo de ser quien eres, no aparezcas como orgulloso; para que sepas tender la mano a todo el mundo, pero cuando la tiendas, sea la mano de un Príncipe o de un Rey. Piensa que te juzgarán todos de una manera especial y por eso has de mostrarte natural, pero no vulgar; culto y enterado de los problemas, pero no pedante ni presumido".
El Rey habla mucho de los militares, pero a lo que dedica más espacio en sus cartas es a la forma de tratar a la prensa. En su opinión, "tiene una importancia inusitada en el día de hoy". Hasta el extremo de advertirle que "todos somos un poco esclavos" de ella porque "maneja unas armas que pueden encumbrar o derribar a una persona o a una Institución, aumentar su fama o destruirla y llevarla a la vulgaridad y al ridículo".
Sin embargo, el monarca le aconseja con muy buen sentido: "Pero esa sensación, que a todos confunde y condiciona, tampoco debe inspirarnos un temor exagerado, que se traduzca en una servidumbre ciega e irreflexiva. Hay que respetar a la prensa, pero hay que hacerse respetar por ella manteniendo en todo caso una actitud equidistante entre ambos extremos: el miedo y el desprecio a la ignorancia".
Le advierte de que hay que moverse con la prensa con pies de plomo. Las comparecencias ante ellas son imprescindibles pero a veces resultan molestas y siempre peligrosas. "Muchas veces -confiesa el Rey- no tiene nada de agradable verse poco menos que asaltado por quienes tienen como profesión ejercer esa actividad de información y de comunicación". "Todo lo que hagas -le advierte- y todo lo que digas será analizado de manera especial y obtendrá una publicidad inusitada, tanto en el aspecto gráfico como en el literario o en el de la radio y la televisión".
Y le proporciona una regla de oro: que hable mucho para no decir nada. Dicho, naturalmente, con otras palabras: "Es preferible mostrarse amable y hablar mucho, pero con prudencia y sin hacer afirmaciones importantes, que mostrarse desagradable y decir poco, cuando este poco es delicado y comprometedor o lo suficientemente significativo para que puedan hacerse especulaciones e interpretaciones que encierren un riesgo o un compromiso.
EL "JUANCARLATO"
El Rey apercibe a su heredero contra el escándalo, la frivolidad y la tentación de abusar de su condición. "Los escándalos -le recuerda- serán en ti -valga la paradoja- más escandalosos que en otro muchacho de tu misma edad pero que no fuera hijo de un Rey ni estuviera llamado a serlo en el futuro. Hay que huir de cuanto pueda transmitirse, con la amplitud multiplicadora de los modernos medios de comunicación, en un sentido desfavorable para tu persona o para tu Familia y la Institución en la que estás plenamente incluido".
Es ésta una recomendación muy valiosa pues, aunque él no lo dice, el Príncipe no se beneficia de la complicidad que ha conseguido el Rey con la Prensa. Al Rey se le han reído todas las gracias, incluidas las menos graciosas, pero es evidente que al Príncipe no se le pasa ni una.
Dedico un capítulo de mi libro a uno de los peligros que acecha a la consolidación de la Monarquía en España: el escándalo que pueden producir determinadas prácticas mercantiles o la consecución de cargos y prebendas por parte de los yernos del Rey conseguidos gracias a su acceso al palacio de la Zarzuela. El Príncipe no ha incurrido nunca en estas prácticas y sus comportamientos más polémicos se han referido a sus aventuras amorosas y a un periodo de su vida en el que el Heredero, rodeado de amigos ociosos, no parecía interesarse más que en la frecuentación de discotecas. De hecho, los únicos enfrentamientos que se conocen entre padre e hijo se refieren a la elección de las novias de éste.
Don Juan Carlos, que es un rey muy humano, tiene el coraje de reconocer sus defectos: "No es que yo pretenda ser para ti un ejemplo perfecto, porque el que piensa que lo es, ya ha perdido su perfección por culpa del orgullo y de la vanagloria. Pero quiero reconocer mis faltas para evitarte a ti caer en ellas y pedirte que veas siempre en mi conducta lo que tenga de ejemplar, para que te sirva de ayuda y de directriz". Que es como decir: "Haz lo que yo te digo, pero no hagas lo que yo hago".
Sostengo en mi libro que no estamos en una verdadera monarquía sino en el Juancarlato, pues no se hace una institución para un solo rey. La monarquía tiene cortas raíces en la España de hoy pero el Rey ha conseguido, con mucha habilidad y fino olfato, justificar y dar contenido a una institución que se restauró en España de forma un tanto excepcional y que cuenta con pocos devotos.
Don Juan Carlos ha cumplido sobradamente su papel. Ahora corresponde al hijo la enorme responsabilidad de que el Juancarlato, que fuera un seguro contra riesgos de terceros a la muerte de Franco, devenga en una institución incuestionada, en una monarquía como las otras nueve que se mantienen en Europa.
El Rey le ha transmitido su experiencia, pero hay cosas intransmisibles, como el carisma y el cariño del pueblo. Mucho dependerá ahora del buen hacer del Heredero. En mi libro he tratado de explorar en la mentalidad de éste; rastrear su preparación para el futuro papel que ha de desempeñar; tratar de deducir sus intenciones y exponer las consecuencias de su polémica decisión de casarse con Letizia Ortiz contra el deseo de su familia y, en la medida de lo posible, vislumbrar los cambios que Don Felipe introduciría en la institución heredada de su padre. Es decir, lo que podría definir, en una analogía discutible, su programa electoral.
Nadie puede perpetuarse plenamente en su sucesor. El padre le ha proporcionado consejos muy sabios pero como ha dicho el Heredero: "Yo no soy mi padre. Mi sociedad no es la de mi padre. Mi generación es muy diferente a la de mi padre".
'¿Usted cree que reinará mi hijo?'
El libro El Príncipe y el Rey no sólo desvela el contenido de las cartas con las que Don Juan Carlos adoctrinó a su hijo para que sea un perfecto jefe de Estado. También es una investigación que se adentra, con respeto pero sin tabúes, en las virtudes y polémicas de la institución regia en España. Dudas y esperanzas como las de Doña Sofía cuando, según recoge la obra, ésta preguntó a Gregorio Peces Barba, padre de la Constitución y ex rector de la Universidad Carlos III: "¿Usted cree que reinará mi hijo?".
José García Abad defiende que "hay pocos reyes con tanta vocación de reinar" como Don Juan Carlos. Por lo que el autor predice que éste permanecerá al frente de la Monarquía mientras viva, a pesar de la fatiga que puede llegar a causar tan alto cargo vitalicio. No hay recoveco de la institución que escape a la atenta mirada del Rey. Y aún menos lo referente a la continuación dinástica. De ahí el examen minucioso al que sometió el Monarca a la futura reina consorte, Doña Letizia Ortiz. Antes de la boda, su juicio era agridulce, como lo demuestra este comentario, pronunciado en un corrillo, antes de la boda del Príncipe de Asturias: "Mira, ésta [por Letizia Ortiz, que no estaba presente], que es muy lista, pero que muy lista, hará durar la Monarquía por la cuenta que le tiene, aunque sólo sea para conservar el empleo". La opinión del estamento militar sobre la cuestión es optimista, según confidencia de un teniente general al autor: "El Príncipe ha pasado por academias y es uno de los nuestros. A no ser que se produzca una hecatombe, el futuro en la primera generación está asegurado".
A pesar de que un sector de la sociedad española frunza el ceño por los privilegios de que disfruta la Familia Real, desde dentro las cosas se ven de otro modo. Al menos, éste es el parecer de Iñaki Urdangarín, duque de Palma: "Soy cada día más republicano. Yo cumplo mi papel en la Monarquía, pero estoy harto de que lo que consigo con mi esfuerzo se atribuya a mi matrimonio. La infanta Cristina y yo trabajamos duro y nos ganamos lo que tenemos".
Carta de Su Majestad al Príncipe Felipe, remitida el 17 de octubre de 1984.
Las diez cartas que envió el Rey a su hijo, el príncipe Felipe, mientras éste cursaba su último curso de Bachillerato en el College School de Lakefield (Canadá), entre los años 1984 y 1985, son un documento de extraordinario valor político. El Rey es símbolo de la nación, referencia neutral en el juego democrático, árbitro de las instituciones y titular del poder moderador, por lo que no puede manifestar su pensamiento político. Gracias a las cartas que divulgo en mi libro El Príncipe y el Rey -de las que Crónica proporciona, por primera vez, un amplio resumen- podemos saber lo que Don Juan Carlos piensa sobre asuntos de gran trascendencia política. Estas cartas fueron escritas para enseñarle al Heredero los secretos del oficio de Rey. Y muestran con meridiana claridad cómo entiende Don Juan Carlos su alta función institucional, al tiempo que nos adentran en aspectos inéditos de su personalidad. A través de estas misivas laten aspectos muy reveladores de la entrañable relación de padre e hijo, del Rey y de quien está llamado a serlo en un futuro indeterminado.
Se trata de diez cartas -la primera, remitida el 5 de septiembre de 1984, y la segunda, el 6 de junio de 1985- con membrete de la Casa Real y, a pesar de su tono íntimo, escritas a máquina. Algo de lo que el Rey se disculpa en una apostilla a la misiva del 3 de noviembre. La firma Don Juan Carlos de su puño y letra: "Te escribo siempre a máquina pues mi letra es ininteligible y supongo que prefieres leerlo cómodamente".
Al final, el Rey incluía mensajes afectuosos -"Se te echa de menos y se te quiere mucho"- e incluso irónicos -"Un prolongado y realazo abrazo de tu padre"-, que siempre firmaba como "Padre", mayúscula incluida. La Reina Sofía prefería el más tierno "mamá" pero se dirigía a su vástago en inglés: "And kisses from your loving mama" [Y besos de mamá que te quiere].
El hecho de que estas líneas no fueran escritas para ser publicadas las dota de una frescura extraordinaria y de una sinceridad que no puede permitirse en sus intervenciones públicas. Todos sabemos que Don Juan Carlos es una persona perspicaz y dotada de una experiencia extraordinaria, pero sorprenden un tanto la erudición y sutileza de estas cartas. Un verdadero tesoro para los historiadores como lo fueron las que le enviara Carlos I de España y V de Alemania a su hijo Felipe II.
El Monarca hace notar a su hijo -que entonces contaba con 16 años-, desde la primera carta, la suerte que tiene: "Dispones de comodidades, de beneficios y podríamos decir que hasta de caprichos. [...] Hay que haber carecido de lo imprescindible para apreciar lo que es tener más de lo necesario. Y tú debes esforzarte en comprenderlo puesto que siempre has tenido la suerte de que no te falte nada".
Un contraste evidente con lo que el Rey sufrió: "De mí puedo decirte que he tenido en mi vida momentos muy delicados, llenos de incertidumbre, en los que he debido soportar desaires y desprecios, incomprensiones y disgustos que tú, gracias a Dios, no has conocido. Pero precisamente esas circunstancias de prueba, que hay que soportar con la sonrisa en los labios, devolviendo amabilidades por groserías y perdonando para ser perdonado, me han permitido madurar, endurecerme y recibir las lecciones necesarias para que ahora pueda mirar atrás con orgullo y con satisfacción".
Hay que reconocerle a Don Juan Carlos que ha sudado la Corona: Tuvo que ganarse la confianza de Franco, enojar a su padre y a los monárquicos de estricta obediencia saltándose el orden dinástico, contrariar a Franco y a los franquistas derribando aquel régimen para alumbrar la democracia, conjurar un golpe de Estado, convivir con gobiernos de izquierda y de derecha...
No faltan las paradojas en esta correspondencia que en mi libro El Príncipe y el Rey se publica íntegramente. El Monarca atribuye una importancia capital, discutible desde el punto de vista constitucional, de su poder moderador, que considera tan importante como el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Ha practicado a partir del golpe de Estado del 23 F y la resaca consiguiente y, sobre todo, a partir de la llegada de Felipe González al poder, un cierto retraimiento a la vida privada -actos protocolarios aparte- que sólo ahora, en 2008 -cuando el Rey ha cumplido 70 años y su vástago, 40- parece replantearse tras su annus horribilis. Es como si a partir de aquel golpe hubiera dicho: "Yo ya os he sacado del atolladero... Ahora os toca trabajar a vosotros" .
La verdad es que no era fácil moderar ni a Felipe González ni a José María Aznar, a pesar de que algunos dirigentes políticos, y desde luego la prensa, se lo requirieron en su día: corrupciones y guerra sucia en la época de González o el envío de tropas a Irak en la de Aznar. Ha sido, sin embargo, a partir de la vuelta de las pasadas vacaciones de verano cuando semejante reclamación ha sido más amplía y más sonora. En plena crispación política, ciertos periodistas atacaron al Rey por no impedir determinadas decisiones de Zapatero.
IDIOSINCRASIA MILITAR
Hay un aspecto muy útil y a veces infravalorado del papel moderador del jefe del Estado que no despierta la menor suspicacia entre los intérpretes de la Constitución. Me refiero al derecho que tiene el rey de ser informado. A su función de audiencia, de escuchar aunque no pueda comprometerse en sus respuestas. El Monarca se lo trasmite muy elocuentemente a su hijo: "Hay que aprender a escuchar mucho, a escuchar con atención, para no ofender a quien te hable, al ponerle de manifiesto tu indiferencia; pero también a hablar con medida, de manera discreta, con amabilidad y buen tono, con sencillez y sentido del humor. Saber callar es tan difícil como saber hablar. !Y hay tantas maneras de callar mientras otro habla!. Al que ha encontrado una buena manera de callar cuando las circunstancias lo aconsejan, casi todo el mundo le entiende".
También sería constitucionalmente discutible la significación que atribuye el Monarca al hecho de que él y, en el futuro, su hijo ejerzan el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Esta función es concebida por muchos constitucionalistas como meramente simbólica, ya que el jefe del Estado no puede tomar decisiones en el ámbito castrense, que son de responsabilidad exclusiva del Gobierno sin el debido refrendo. Sin embargo, hay que reconocer que el equívoco sobre el alcance de la jefatura del Ejército establecida en la Constitución funcionó con los generales que dudaban si sumarse o no al golpe de Armada, Milans del Bosch y Tejero. Aquel equívoco salvó la democracia.
Cuando el Rey escribe estas cartas han pasado cuatro años del golpe, por lo que se comprende el mensaje que envía a su hijo: "Quien va a tener bajo su mando a las Fuerzas Armadas es imprescindible que se familiarice con ellas; que se impregne de su especial idiosincrasia [...] Sólo de esa manera podrás después comprender la especial psicología de quienes van a ser tus compañeros y después tendrán a su cargo las misiones de mando en los Ejércitos. Esto te será de gran utilidad en el trato con cuantos integran aquéllos y, a la vez, formará tu carácter para las altas misiones que te correspondan en el futuro".
El Rey tuvo que dedicarse a fondo a trabajar a Felipe González para que su hijo ingresara a las academias militares pues el ministro de Defensa, a la sazón Narcís Serra, estimaba contraproducente un contacto excesivo del Heredero con las academias militares tildadas por el ministro de nidos de golpistas.
SECRETO DEL CARISMA
A lo que el Rey dedica mayor atención no es tanto a las cuestiones estrictamente políticas como a trasmitir a su hijo su sabiduría para que este se haga con un carisma; a la forma de presentarse ante la gente; al apretón de manos, a la forma de saludar a quienes se le acercan; en definitiva, al arte de ser simpático sin pasarse, que es la cuadratura del círculo para labrarse "la Majestad", una tarea tan difícil como representar un buen papel en el teatro, para el que no sólo hay que tener memoria, prestancia y soltura, sino intuición y muchas tablas.
"No te canses jamás de ser amable con cuantos te rodean -le recomienda- y con todos aquellos con los que hayas de tener relación. [...] Has de mostrarte animoso aunque estés cansado; amable aunque no te apetezca; atento aunque carezcas de interés; servicial aunque te cueste trabajo".
"Tienes que ser ejemplar y acertar a establecer la graduación necesaria para que tu simpatía no caiga en excesiva confianza; para que tu prudencia no se interprete como indiferencia o evasión; para que aunque tengas el orgullo de ser quien eres, no aparezcas como orgulloso; para que sepas tender la mano a todo el mundo, pero cuando la tiendas, sea la mano de un Príncipe o de un Rey. Piensa que te juzgarán todos de una manera especial y por eso has de mostrarte natural, pero no vulgar; culto y enterado de los problemas, pero no pedante ni presumido".
El Rey habla mucho de los militares, pero a lo que dedica más espacio en sus cartas es a la forma de tratar a la prensa. En su opinión, "tiene una importancia inusitada en el día de hoy". Hasta el extremo de advertirle que "todos somos un poco esclavos" de ella porque "maneja unas armas que pueden encumbrar o derribar a una persona o a una Institución, aumentar su fama o destruirla y llevarla a la vulgaridad y al ridículo".
Sin embargo, el monarca le aconseja con muy buen sentido: "Pero esa sensación, que a todos confunde y condiciona, tampoco debe inspirarnos un temor exagerado, que se traduzca en una servidumbre ciega e irreflexiva. Hay que respetar a la prensa, pero hay que hacerse respetar por ella manteniendo en todo caso una actitud equidistante entre ambos extremos: el miedo y el desprecio a la ignorancia".
Le advierte de que hay que moverse con la prensa con pies de plomo. Las comparecencias ante ellas son imprescindibles pero a veces resultan molestas y siempre peligrosas. "Muchas veces -confiesa el Rey- no tiene nada de agradable verse poco menos que asaltado por quienes tienen como profesión ejercer esa actividad de información y de comunicación". "Todo lo que hagas -le advierte- y todo lo que digas será analizado de manera especial y obtendrá una publicidad inusitada, tanto en el aspecto gráfico como en el literario o en el de la radio y la televisión".
Y le proporciona una regla de oro: que hable mucho para no decir nada. Dicho, naturalmente, con otras palabras: "Es preferible mostrarse amable y hablar mucho, pero con prudencia y sin hacer afirmaciones importantes, que mostrarse desagradable y decir poco, cuando este poco es delicado y comprometedor o lo suficientemente significativo para que puedan hacerse especulaciones e interpretaciones que encierren un riesgo o un compromiso.
EL "JUANCARLATO"
El Rey apercibe a su heredero contra el escándalo, la frivolidad y la tentación de abusar de su condición. "Los escándalos -le recuerda- serán en ti -valga la paradoja- más escandalosos que en otro muchacho de tu misma edad pero que no fuera hijo de un Rey ni estuviera llamado a serlo en el futuro. Hay que huir de cuanto pueda transmitirse, con la amplitud multiplicadora de los modernos medios de comunicación, en un sentido desfavorable para tu persona o para tu Familia y la Institución en la que estás plenamente incluido".
Es ésta una recomendación muy valiosa pues, aunque él no lo dice, el Príncipe no se beneficia de la complicidad que ha conseguido el Rey con la Prensa. Al Rey se le han reído todas las gracias, incluidas las menos graciosas, pero es evidente que al Príncipe no se le pasa ni una.
Dedico un capítulo de mi libro a uno de los peligros que acecha a la consolidación de la Monarquía en España: el escándalo que pueden producir determinadas prácticas mercantiles o la consecución de cargos y prebendas por parte de los yernos del Rey conseguidos gracias a su acceso al palacio de la Zarzuela. El Príncipe no ha incurrido nunca en estas prácticas y sus comportamientos más polémicos se han referido a sus aventuras amorosas y a un periodo de su vida en el que el Heredero, rodeado de amigos ociosos, no parecía interesarse más que en la frecuentación de discotecas. De hecho, los únicos enfrentamientos que se conocen entre padre e hijo se refieren a la elección de las novias de éste.
Don Juan Carlos, que es un rey muy humano, tiene el coraje de reconocer sus defectos: "No es que yo pretenda ser para ti un ejemplo perfecto, porque el que piensa que lo es, ya ha perdido su perfección por culpa del orgullo y de la vanagloria. Pero quiero reconocer mis faltas para evitarte a ti caer en ellas y pedirte que veas siempre en mi conducta lo que tenga de ejemplar, para que te sirva de ayuda y de directriz". Que es como decir: "Haz lo que yo te digo, pero no hagas lo que yo hago".
Sostengo en mi libro que no estamos en una verdadera monarquía sino en el Juancarlato, pues no se hace una institución para un solo rey. La monarquía tiene cortas raíces en la España de hoy pero el Rey ha conseguido, con mucha habilidad y fino olfato, justificar y dar contenido a una institución que se restauró en España de forma un tanto excepcional y que cuenta con pocos devotos.
Don Juan Carlos ha cumplido sobradamente su papel. Ahora corresponde al hijo la enorme responsabilidad de que el Juancarlato, que fuera un seguro contra riesgos de terceros a la muerte de Franco, devenga en una institución incuestionada, en una monarquía como las otras nueve que se mantienen en Europa.
El Rey le ha transmitido su experiencia, pero hay cosas intransmisibles, como el carisma y el cariño del pueblo. Mucho dependerá ahora del buen hacer del Heredero. En mi libro he tratado de explorar en la mentalidad de éste; rastrear su preparación para el futuro papel que ha de desempeñar; tratar de deducir sus intenciones y exponer las consecuencias de su polémica decisión de casarse con Letizia Ortiz contra el deseo de su familia y, en la medida de lo posible, vislumbrar los cambios que Don Felipe introduciría en la institución heredada de su padre. Es decir, lo que podría definir, en una analogía discutible, su programa electoral.
Nadie puede perpetuarse plenamente en su sucesor. El padre le ha proporcionado consejos muy sabios pero como ha dicho el Heredero: "Yo no soy mi padre. Mi sociedad no es la de mi padre. Mi generación es muy diferente a la de mi padre".
'¿Usted cree que reinará mi hijo?'
El libro El Príncipe y el Rey no sólo desvela el contenido de las cartas con las que Don Juan Carlos adoctrinó a su hijo para que sea un perfecto jefe de Estado. También es una investigación que se adentra, con respeto pero sin tabúes, en las virtudes y polémicas de la institución regia en España. Dudas y esperanzas como las de Doña Sofía cuando, según recoge la obra, ésta preguntó a Gregorio Peces Barba, padre de la Constitución y ex rector de la Universidad Carlos III: "¿Usted cree que reinará mi hijo?".
José García Abad defiende que "hay pocos reyes con tanta vocación de reinar" como Don Juan Carlos. Por lo que el autor predice que éste permanecerá al frente de la Monarquía mientras viva, a pesar de la fatiga que puede llegar a causar tan alto cargo vitalicio. No hay recoveco de la institución que escape a la atenta mirada del Rey. Y aún menos lo referente a la continuación dinástica. De ahí el examen minucioso al que sometió el Monarca a la futura reina consorte, Doña Letizia Ortiz. Antes de la boda, su juicio era agridulce, como lo demuestra este comentario, pronunciado en un corrillo, antes de la boda del Príncipe de Asturias: "Mira, ésta [por Letizia Ortiz, que no estaba presente], que es muy lista, pero que muy lista, hará durar la Monarquía por la cuenta que le tiene, aunque sólo sea para conservar el empleo". La opinión del estamento militar sobre la cuestión es optimista, según confidencia de un teniente general al autor: "El Príncipe ha pasado por academias y es uno de los nuestros. A no ser que se produzca una hecatombe, el futuro en la primera generación está asegurado".
A pesar de que un sector de la sociedad española frunza el ceño por los privilegios de que disfruta la Familia Real, desde dentro las cosas se ven de otro modo. Al menos, éste es el parecer de Iñaki Urdangarín, duque de Palma: "Soy cada día más republicano. Yo cumplo mi papel en la Monarquía, pero estoy harto de que lo que consigo con mi esfuerzo se atribuya a mi matrimonio. La infanta Cristina y yo trabajamos duro y nos ganamos lo que tenemos".
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