Todo apunta a que estamos abocados al colapso de las sociedades modernas, advierte Thomas Homer-Dixon, director del Trudeau Center de Canadá, en un interesante ensayo. Señala que en los últimos cincuenta años, en gran medida por el enorme crecimiento de la población mundial y la formulación de la economía mundial, la humanidad y el medioambiente natural han evolucionado hacia un sistema socio-ecológico que amenaza el planeta. Como resultado: crisis financiera, terrorismo a escala global y desastres naturales, son algunos de los males desestabilizadores emergentes. Las instituciones son insuficientes para afrontar los cambios, por lo que la organización a pequeña escala y la colaboración entre grupos reducidos, de manera independiente a la política general, podría ser una solución. Por Yaiza Martínez.
El investigador licenciado en ciencias políticas Thomas Homer-Dixon, director del Trudeau Center de Canadá, vinculado a la universidad de Toronto, es autor de dos obras (The ingenuity gap y The upside of down) en las que analiza las crisis y renovaciones sociales. En un artículo publicado por la revista Toronto Globe and Mail, Homer Dixon ha reflexionado sobre este tema, preguntándose por qué las sociedades pueden colapsarse y qué riesgo tenemos en nuestra sociedad actual de hundirnos en el caos. En los últimos años, explica el autor, el peligro de que nuestro mundo colapse es una cuestión que preocupa a bastante gente. Intuitivamente, en la mayoría de los casos, se siente que las cosas están fuera de control y que el mundo podría estar a punto de enfrentarse a una crisis insuperable. Los titulares sobre desastres naturales, posibles ataques terroristas o gripe aviar; los grupos religiosos clamando que llega el fin de los tiempos, y las referencias en las películas a castigos radicales propios de finales de una civilización, no faltan. Según Homer-Dixon, muchas de estas representaciones no tienen sentido, pero hay algo que sí es cierto: nos enfrentamos a graves problemas. Señales y avisos Cuando una sociedad se colapsa, explica Homer-Dixon, pierde rapidamente complejidad, se simplifican su organización interna, sus instituciones, sus leyes y sus tecnologías, y se limitan bruscamente el papel social de sus habitantes y sus potenciales. Sin esas infraestructuras la gente sufre y se ve afectado el bienestar social. Tras el colapso, la población consume y se comunica mucho menos, hasta que la sociedad como tal desaparece. En cierto modo, parece ridículo decir que algo así le está sucediendo a nuestras sociedades modernas. Lo que nos rodea parece permanente y real: rascacielos, aeropuertos, autopistas… ¿Qué fuerza podría hacer sucumbir a nuestras saludables e inteligentes sociedades? El biólogo evolutivo Jared Diamond ha explicado las causas ambientales del colapso: el mayor peligro surge de la convergencia simultánea de múltiples elementos de tensión, según se ha registrado en el colapso de otras civilizaciones. Por otro lado, el sociólogo Jack Goldstone, de la George Mason University (en Estados Unidos), ha demostrado que si se da simultáneamente un crecimiento demasiado rápido de la población, una escasez de recursos esenciales y una crisis financiera, la sociedad afronta un altísimo nivel de descompostura, que conlleva a conflictos en diversos niveles. Sin embargo, la convergencia de estos problemas no ocasionaría el colapso sino que haría falta algo más para limitar la capacidad social de hacerles frente. Homer-Dixon acude al antropólogo e historiador Joseph Tainter, para señalar que ese “algo” podría ser la respuesta con que las sociedades a menudo responden al “mal”: el aumento de la complejidad de sus instituciones. Este aumento de la complejidad tiene en principio un efecto positivo: si hay escasez de agua, por ejemplo, se multiplican las medidas de control, lo que permite que se regulen mejor los recursos para todos. Sin embargo, con el tiempo, este esfuerzo inicial deriva en un gasto extremo de energía, que a la larga es más costoso que beneficioso, e imposibilita a la sociedad para enfrentar las contingencias. Sistemas vivos Para añadir una pieza final al puzzle, Homer-Dixon alude al trabajo de Buzz Holling, renombrado ecologista canadiense, que señala que cualquier sistema vivo (bosque o sistema económico) tiende de manera natural a la complejidad, internamente conectada y eficiente a largo plazo, independientemente de que esta complejidad resulte necesaria para la solución de problemas. Por tanto, el sistema se vuelve cada vez más rígido y frágil, en definitiva, menos flexible. ¿Justifican, en definitiva, todas estas teorías, la idea de que nos encontramos ante el peligro del colapso de las sociedades modernas?, se pregunta el autor. Y, por desgracia, contesta, parece ser que sí. En los últimos cincuenta años, en gran medida por el enorme crecimiento de la población mundial y la formulación de la economía mundial, la humanidad y el medioambiente natural han evolucionado hacia un sistema socio-ecológico que amenaza el planeta. Como resultado: crisis financiera, terrorismo a escala global y desastres naturales, entre algunos de los males desestabilizadores emergentes.
Presiones internas El sistema ha desarrollado asimismo varias presiones internas, como el cambio climático y el uso y difusión de las tecnologías para la violencia en masa. La gestión de estas presiones demanda instituciones y tecnologías más complejas que, en términos de Tainter, parecen producir escasos resultados porque no están solucionando los problemas: ni las emisiones de carbono ni el terrorismo mundial. Al mismo tiempo, el mundo está entrando en una transición crítica de una etapa de recursos energéticos abundantes y baratos (principalmente gas natural y combustibles fósiles) a una de recursos energéticos de escasa calidad y más caros (energía solar o eólica, por ejemplo). Por tanto, nuestro sistema global se vuelve cada vez más complejo, pero sin los resultados necesarios: no contamos con los recursos energéticos que necesitamos, y aumentan las crisis económicas y el caos político. La clave: aunque nuestra sociedad parezca relativamente en calma en la superficie, el caso es que se está volviendo cada vez más vulnerable. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer?, se pregunta Homer-Dixon. En primer lugar, señala, necesitamos reconocer que las crisis o colapsos no siempre son negativos. Si no son demasiado graves y si estamos preparados, pueden convertirse en una fuente de motivación y en una oportunidad para la renovación y la regeneración. Pero, para evitar que las crisis sean catastróficas, es necesario que nuestras tecnologías, economías y comunidades sean más flexibles. Por ejemplo, podemos aumentar la capacidad de ciudades, pueblos e incluso de las familias para producir los servicios y artículos esenciales, como energía y alimentos, en lugar de depender completamente de productores lejanos para la superviviencia cotidiana, como hacemos actualmente. Estar preparados significa buscar fórmulas de solución hoy para la crisis de mañana. Los tiempos de crisis son épocas de enorme fluidez social, cuando las sociedades deben comenzar nuevos caminos, tanto para bien como para mal. Estos movimientos conllevan grandes riesgos: la gente tiene miedo, se angustia y busca siempre a otro al que culpar (precisamente las actitudes que los líderes extremistas explotan en busca del poder político y de la división social). La gran mayoría de nosotros, los que no somos extremistas, podemos colaborar en el desarrollo de redes y de planes para diversos escenarios futuros. Estas acciones nos ayudarán a asegurar que, cuando la crisis llegue, tendremos la capacidad de elegir un futuro mejor para nuestros hijos.
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