Ninguno de los sesudos investigadores que han abordado la figura tanto histórica como literaria de Rodrigo Díaz, El Cid, han conseguido revelar el nombre del autor del Cantar, poema de gesta referente de la literatura medieval que ensalza libremente las hazañas del caballero castellano. Hasta ahora. Tras años de arduo trabajo, de innumerables averiguaciones, de horas y horas de dedicación, Dolores Oliver Pérez cree haber resuelto el misterio. Y la conclusión a la que ha llegado es verdaderamente sorprendente. Asegura que el artífice del épico romance fue árabe. E incluso se aventura a desvelar su nombre: Abu-l-Walid al-Waqqaši.Esta conclusión, con su legión de argumentos, viene recogida en El Cantar de Mio Cid: génesis y autoría árabe, el libro que esta recién jubilada profesora de Lengua y Literatura Árabe y Lengua árabe y su influjo en el Español en la Universidad de Valladolid acaba de publicar en la Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes. Según explica Oliver, fue trabajando en una conferencia sobre el Cid en el marco sobre unas jornadas hispanoárabes cuando, haciendo una relectura del Cantar, empezó a ver con claridad que a lo largo del relato había numerosos detalles que le recordaban la historiografía y la tradición literaria árabe que, por su magisterio, conocía perfectamente. «Supe en ese instante que el autor era árabe».Desde ese momento, se dispuso a sostener esa intuición con argumentos. Dolores Oliver, que es un enciclopédico torrente de palabras, sustenta su tesis sobre cinco pilares esenciales. El primero tiene que ver con en análisis de la actitud religiosa entre cristianos y musulmanes. «Es imposible que el Cantar se escribiera en 1207, que ha sido elegida como la fecha oficial. En esa época, ya existía un sentimiento de animadversión hacia el infiel. Sin embargo, en el Cantar conviven moros y cristianos, no hay buenos ni malos. El Cid muestra respeto hacia quienes profesan otra religión, e incluso les trata de amigos, llegando estos a bendecirle y rezar por él. Parece impensable por tanto que se pudiera escribir eso esa época, donde ya no había tolerancia. Además, los cronistas alfonsinos que prosifican la obra se empecinaron en borrar cualquier rastro de esa tolerancia», señala. En este sentido, avanza que el poema tuvo que componerse en vida del guerrero castellano. Al contrario de lo que afirma Colin Smith, uno de los grandes estudiosos del Cantar de Mio Cid que asegura que el autor tuvo que estudiar en Francia o Italia hacia 1190, porque antes no había centros universitarios, Oliver es tajante: «La de Córdoba existía desde el siglo X».En segundo lugar, otra de las claves que según Oliver hacen creíble su teoría está relacionada con el estudio de la imagen del Cid que ofrece el poeta. «El Cid no es tratado como el típico noble hispanogodo, sino como un paladín islámico. Se comporta exactamente igual que los héroes del Islam. El tratamiento de igualdad al que se dirige a sus hombres y al propio rey Alfonso VI denota un talante democrático que también los cronistas alfonsinos trataron de hacer desaparecer». En este capítulo, destaca la autora un hecho a su entender revelador: la afrenta de Corpes. «Ese episodio sólo pudo ser creado por alguien con una amplia formación de la cultura islámica. ¿Cómo unos nobles castellanos van a vengarse del Cid desnudando a sus hijas? Si uno acude a la poesía beduina y al sentido del honor tribal puede confirmar que así es como se ultraja: es algo sagrado que debe protegerse de la profanación. A través de la mujer y su desnudez es como se vengan».El arte de la guerra. Un tercer cimiento sobre el que se asienta la teoría de esta profesora de Lengua y Literatura Árabe es el mundo de la guerra. Así, indica que en el Cantar queda a las claras que el Cid emplea métodos de lucha exclusivos de los bereberes. Y el ejemplo más claro, dice, se encuentra en el relato de la conquista de Alcocer. «Según el poeta, en esa batalla el Cid y sus hombres llevan a cabo una maniobra bélica, un ejercicio ecuestre bereber conocido como ‘haraka’, en el Cantar ‘arrancada’. Todos los historiadores, hasta ahora, dicen que la batalla es confusa, que le faltan versos. Lo que pasa es que no lo han entendido», sentencia.Dolores Oliver explica que en el estudio del Cid histórico y del ambiente cultural de las dos Españas de la época (la cristiana y Al-Ándalus) reside la cuarta clave de su argumentación. «Desde el siglo VIII, sólo en las cortes de Al-Ándalus hay poetas que hacen apología de sus señores, artistas que cantan sus glorias y hazañas. El Cid conocía las cortes de al-Mutamid y Banu Hud. En ellas había visto cómo se cantaban las gestas de sus señores. Y, como es una persona inteligente, una vez entra en Valencia y se convierte en su señor, no desaprovecha esa fabulosa arma de propaganda». La historiadora señala que el comportamiento del Cid es idéntico al de otros reyes de taifas: «asume el poder político y religioso, preside juicios solemnes, tiene corte literaria integrada por eruditos árabes, como reconoce el cronista Ibn Bassan, quien dejó escrito que en la corte de Cid había poetas y sabios».el poeta. Y así llega Dolores Oliver hasta el autor del Cantar. ¿Quién es el poeta? «Abu-l-Walid al-Waqqaši es descrito como uno de los hombres más inteligentes y con más amplios conocimientos de la época. Un mar de sabiduría, una mina de nobleza, un jurista extraordinario y un poeta sensacional. Sorprendía por su extraordinaria memoria y destacaba por su privilegiada inteligencia y un muy agudo ingenio». ¿Por qué un musulmán escribe la alabanza de un cristiano? En este punto, la investigadora desarrolla una teoría según la cual el poeta sería el interlocutor con el que el Campeador se entrevistó antes de su entrada en Valencia para convencerle de no corriera la sangre ni hubiese represalias para sus habitantes. «Le encargan que hable con el Cid las cláusulas de la rendición de Valencia. Y consigue ganarse su confianza para, una vez convertido en señor de la ciudad, crearle una corte y enseñarle a gobernar. Lo cierto es que, una vez entró en Valencia, no hizo daño alguno ni suprimió las mezquitas. Abu-l-Walid al-Waqqaši se convirtió en Cadí (suprema autoridad religioso-jurídica) de Valencia, cuya corte llenó de científicos y poetas», concreta. Así, Dolores Oliver da incluso la fecha más probable de la escritura del gran poema: 1095, año en el que «empezó a recitarse en árabe y romance con el propósito de que sus nuevos súbditos se sintieran orgullosos de tenerlo como señor».La historiadora vallisoletana reconoce que su teoría no es bien vista en el mundo de la investigación histórica. «Pero me da igual. Nadie la ha refutado todavía», concluye.
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